miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 2





Por la noche, como era de esperarse, Carla Patricia, justo a las nueve de la noche, llegó a la habitación de su hermana para pedir asilo. Anamaría, desde la silla, enfrente a la computadora, la quedó mirando, le hizo ojitos chinos y le dijo:
—Pasa, pero yo no me acuesto en este momento.
—Ok. Con que esté aquí es suficiente.
La muchacha pasó y se acostó de inmediato en un lado de la cama. Traía su propio edredón así que no había problema.
Anamaría había encontrado una forma de alejarse un poco de su dolor, o por lo menos distraerse un poco, lejos de todo el ruido de la ciudad. Iba a irse con sus amigas, ya tenía planeado como convencerlas, de campamento.
Había tantos lugares interesantes y lleno de vida alrededor de Tegucigalpa que sería un desperdicio no hacerlo. Más ahora que tenían más de una semana de receso. Cuando entró su hermana estaba tratando de ponerse en contacto con todas sus amigas, apenas tenía a Lucía y Katherine, faltaba Mercedes y Carla Melissa.
“Estoy un poco aburrida” LUCHY.
“Descanse, mama, que después sólo son quejas! KAT.
“Deberíamos de hacer algo interesante” ANA.
“¿Algo interesante cómo qué? LUCHY.
“Algo así como salir a algún lugar” ANA.
Ana no quería proponerlo ahora porque sabía que Lucía, y en especial Katherine, iban a rechazar la idea de plano. Pero cuando se conectara Mercedes, que era la más entusiasta para esas cosas, seguro las encandilaba.
“¿A dónde?” este país es muerto. KAT.
“No digas eso. Hay te va a llevar Mercedes a los derechos humanos” LUCHY.
“Ja, ja, ja” KAT.
Casi al borde de las once de la noche cuando ya se habían dicho de todo en el chat se conectaron Mercedes y Carla Melissa. De inmediato se pusieron al tanto y Ana lanzó la propuesta:
“Estoy pensando en ir a pasar unos días al campo” ANA.
“¿A acampar?” MECHES
“Algo así. Quiero respirar aire puro por lo menos unos tres días”. ANA.
“?¡??” KAT
“No sé ¿Se les ocurre un lugar?” ANA
“¿La Tigra”? MECHES
“No sé. Yo quiero dormir” LUCHY
“Ya vas a tener suficiente tiempo cuando estés en el cementerio para eso, Luchy” MECHES.
“No hablen de muerte que es mala suerte” KAT.
“Piensen en algún lugar que sea agradable y seguro y nos ponemos de acuerdo. Podemos salir el martes y regresar el jueves o el viernes” ANA.
Por algunos segundos nadie escribió nada, así que ella volvió a hacerlo:
“Por lo menos piénsenlo” ANA
“Ok” KAT
“Bien” LUCHY
“Ok. Lo pensaré” CARLY
“Yo no tengo que pensarlo. Me apunto”. MECHES
“Uhhh. Las niñas pequeñas tienen que pedir permiso a sus padres” KAT
“Soy más adultas que todas ustedes cuatro juntas” MECHES
Y era cierto, aunque Mercedes Melissa Reina sólo tenía 17 años, era la más adelantada en todo, por lo menos en lo intelectual y en lo cultural, por eso había ido avanzando rápidamente en el colegio y en la universidad. Estaba en primero de Ingeniería Civil.
Lo pensaremos, fue la respuesta final de sus demás amigas. Ellas aún no sabían de su ruptura con Charles y quizás por eso se resistían un poco a sus peticiones de alejarse la ciudad, pero seguramente si les contara, lo aceptarían de inmediato. Alguna de ellas ya había pasado por lo mismo y las demás le habían apoyado en todo.
Pero Anamaría no quería provocar lástima en sus amigas. Eso era lo último que quería provocar y mucho menos por un hombre. Habiendo tantos. Lo importante era tener un plan alternativo para distraerse un poco.
Se acostó después de las once de la noche. Carla Patricia, para entonces, estaba en el séptimo cielo.

***

Hay eventos en las vidas de los hombres que están predestinados desde antes de nacer. Cuando Anamaría, a la mañana siguiente, le comentó a su madre, durante el desayuno su plan de irse un par de días al campo de inmediato la mujer dijo:
—La Casona.
—¿La Casona? –preguntó de inmediato Anamaría. Le parecía haber escuchado vagamente dicho nombre, pero no sabía dónde.
—Es una propiedad de tu padre que está en las afueras de Tegucigalpa. A unos cinco kilómetros yendo por la carretera del norte. Quizás nos escuchaste mencionarla en algún momento a tu padre y a mí. Estuvo en disputa durante muchos años por cuestiones del testamento, pero hace un año que pertenece a la familia.
—Tendría que saber sus condiciones…. Pensamos estar por lo menos tres días.
—La Casona es una casa completa con servicios de agua y luz y también tiene un amplio bosquecillo atrás donde se puede acampar si quieren. Es lo más seguro y en el campo que podrán encontrar. Les aseguro que se divertirán.
—La Casona –repitió Anamaría para sí misma.
—La Casona –afirmó de nuevo su madre—. Es el mejor lugar. Ya verán. Por qué me imagino que te vas a llevar a tus inseparables amigas ¿No?
Anamaría asintió sonriendo. Su madre, que bien que la conocía.
Terminó de desayunar entonces y se puso en contacto con sus amigas por teléfono. Primero llamó a Mercedes que de inmediato dijo sí, por supuesto. Luego llamó a Katherine. Ésta no estaba muy segura, pero quedó de confirmar por la tarde. Lucía se excusó diciendo que sus padres la habían endosado en un viaje a Las Islas de la Bahía muy temprano y que lo disfrutaran. Carla Melissa dijo que sí, después de un largo rato de estarla convenciendo. Quedaron de reunirse por la tarde en la casa de Katherine para que no tuviera excusa.
Así a las tres de la tarde, las cuatro, excepto Lucía del grupo, se sentaron con unos cuantos vasos de refresco combinado con alguna cosa y nachos a platicar al respecto.
La casa de la familia Luján era más o menos del tamaño de la de la suya, pero como sucede siempre, ella la miraba más bonita. Había un quiosco en medio del jardín y allí se ubicaron las cuatro, alrededor de una mesa de hierro.
—¿La Casona? –preguntó Mercedes arrugando el ceño rubio.
La menor de las cuatro, Mercedes Melissa Reina, tenía el pelo rubio, casi blanco y las cejas no se quedaban atrás. Además, sobre la nariz y esparciéndose hacia arriba en una graciosa multitud de puntitos, las pecas parecían subir hacia la mitad de su frente. Era bonita, con los ojos azules y los labios muy finos. Era la más bajita de las cuatro, pero, y todas lo aceptaban así, la más inteligente de todas. Y sus padres, que parecían girar alrededor de ella, no le negaban absolutamente nada.
Katherine Esmeralda Luján, estudiaba odontología, tenía dieciocho años como Anamaría y era la más alta de todas. Delgada, espigada decía ella, y con una cabellera lisa que le llegaba casi hasta la mitad de las nalgas. Era su más preciado tesoro, aunque no lo dijera. Ojos negros, muy negro y la piel un poco trigueña. Quizás de descendientes moros. Su rostro no era tan bonito como el de Mercedes, pero tenía unos labios gruesos y una nariz muy fina.
Carla Melissa Brenes, de diecinueve años y estudiante de Relaciones Internacionales, era la más ancha de todas, no gorda, ni baja, simplemente, de huesos gruesos como decía ella, pero era la que tenía la sonrisa más contagiosa de todas. Además, tenía el rostro muy bien hecho, con una barbilla muy fina y los ojos verdes, casi similares a los de Mercedes. Aunque no era pequeña, apenas alcanzaba el hombro de Anamaría de pie.
Se habían conocido casi todas, en el colegio, excepto Lucía que había sido una adquisición de la universidad, y quizás por eso, el destino, o lo que sea que guía a los hombres decidió que solo las cuatro emprendieran aquel viaje.
—Sí, La Casona –dijo Anamaría—. Está ubicada yéndose por la salida al norte. Apenas a cinco kilómetros de aquí. Es una casa de campo, que, según mi madre, fue construida en los años cincuenta por un pariente lejano de mi padre. Un tátara no sé qué. El año pasado, después de un largo litigio entre parientes, por fin se la concedieron a mi padre. Ahora es nuestra y lo más importante, creo yo, es que tiene todos los servicios de agua, luz… y, además, hay un bosque detrás de la casa. Así que, si queremos tirárnosla de Indiana Jones, allí lo podemos hacer. Además, está más cerca que La Tigra. Si no nos llegara a gustar nos regresamos y ya.
Esto pareció gustarles a todas.
—Lo importante, chicas –añadió Anamaría—, es que podamos relajarnos de verdad. Aquí tenemos tantas cosas modernas que apenas podemos bajar ese estrés de la universidad. Mientras más alejados estemos de la televisión, el cable, la computadora, mejor. Dice mi mami que hay una pequeña piscina detrás de la casa, así que podemos bañarnos allí.
—Tendríamos que planificar todo lo que vamos a hacer –añadió Mercedes.
—En eso estaba pensando yo también –añadió Carla.
—El lugar donde está la Casona se llama El Álamo y está muy cerca de un pueblito llamado El Ocotal. Dice mi madre que allí podríamos conseguir a alguien que nos cocine y…
—No estoy de acuerdo –interrumpió Katherine—. Creo que deberíamos cocinar nosotras.
Se miraron algo nerviosas. No eran grandes cocineras porque la necesidad no las había llevado a eso, pero era una buena oportunidad de aprender algo al respecto. Y Katherine lo había sugerido porque a ella le gustaba cocinar.
—Me parece buena idea, Kat –dijo Mercedes bajando la cabeza—, pero nosotras no somos buenas en la cocina. A mí hasta el agua se me quema.
Se rieron de la gracia y continuaron.
—Está bien –levantó la mano Katherine— yo cocinaré, pero ustedes lavarán las ollas y los trastes. ¿Qué dicen?
Todas dijeron que estaba de acuerdo.
—Tampoco es que nos vamos a quedar tanto tiempo en ese lugar. Apenas tres días ¿No? y recuerden que la casa está amueblada y todo, pero no tiene trastes, ni ollas, tendremos que llevar las nuestras.
Así, en menos de una hora, se organizaron y dispusieron salir muy temprano el siguiente día que era martes. Se despidieron y parecían entusiasmadas. Al final fue Katherine la que dijo en un tono nostálgico y hasta profético:
—Cuando ya estemos muy viejas y cada quien haya tomado su propio camino, será una de las experiencias que vamos a recordar siempre.

***
Las cuatro, después de hacer una lista de todo lo necesario para sobrevivir aquellos tres días planificados, se fueron al supermercado y en una carretilla que parecía a punto de caerse de tantas cosas, llegaron a la caja y una mujer con cara de pocos amigos las atendió.
—Dices que hay luz eléctrica y agua –dijo Mercedes—, sólo necesitamos saber si el agua es potable. Porque si no debemos llevar algunos botellones.
—Se lo preguntaré a mamá –dijo Anamaría—. Pero no te preocupes por eso, podemos pasar por una gasolinera y hacernos de un par de botellones.
—Eso es cierto –dijo Katherine mirando una especie de revista de cocina.
—Me siento nerviosa –dijo Carla.
—¿Por qué? –Preguntó Mercedes—. ¿No pertenecías a las chicas exploradoras como todas nosotras?
—Lo que sucede –añadió Katherine sin mirarlas –es que hacia otro tipo de exploraciones.
Las cuatro soltaron una carcajada. Y la mujer que estaba pasando los productos se las quedó mirando con una expresión de pocas amigas.
Pagaron el importe y salieron con la enorme cantidad de productos hacia el auto de Carla. En el estacionamiento, y en una gran algarabía, metieron todo lo comprado en la cajuela.
—Recuerden que nos vamos a las ocho de la mañana. No es tan lejos –dijo Anamaría—, pero si queremos aprovechar el tiempo y conocer el terreno es mejor llegar antes.
—Llevaré la tienda de campaña de mi hermano –dijo Mercedes.
—Buena idea, podemos acampar en el bosquecillo detrás de la casa –dijo Anamaría.
—No se olviden el agua…
Así, emocionadas, al fin y al cabo. Las cuatro jóvenes se prepararon para una de las grandes aventuras de su vida. Pero, claro, esto ellas no lo sabían.

***

—La gente del Ocotal es muy servicial –le dijo aquella noche su madre mientras veía a su hija preparar algunas bolsas con galletas de su preferencia—. Está muy cerca el pueblo, apenas a dos kilómetros. Así que, si tienen alguna dificultad, aunque lo dudo, pueden acercarse a la casa de doña Petrona Maradiaga. Es la matrona y curandera del pueblo. Y aunque ya está algo viejita, setenta y tantos años, nadie la detiene y anda de arriba para abajo.
Anamaría que apenas le prestaba atención, más adelante recordaría aquellos consejos.
—Pueden conseguir algunos caballos para que monten con la familia Moncada. Son los más ricos del pueblo y tienen vacas, caballos, toros, cerdos… de todo lo que puedas imaginar. Su hacienda está al final del pueblo. Le pueden preguntar a doña Petrona.
Aquello sonaba bien. Habría que apuntarlo en la lista de cosas a hacer: pasear a caballo.
—Y si quieren ir a nadar al río, lo pueden hacer…
—¿Hay río?
—¡Ujú!.. está bajando la calle después de la iglesia. Sólo que si deciden ir háganlo acompañadas por alguien del pueblo. Es un río muy bonito, pero no hay que confiarse.
—Pues eso también lo vamos a anotar en las actividades: montar a caballo e ir a nadar al río.
—Lástima que no puedo acompañarlas. Tengo tanto que hacer aquí –se quejó doña Esmeralda.
Doña Esmeralda no era vieja. Era una mujer de apenas treinta y nueve años, pero debido a la crianza de cuatro crías había envejecido un poco. Además, a ella le encantaba encargarse de todo.
Anamaría se imaginó a su madre en el grupo y le pareció una imagen un poco fuera de foco. De inmediato la eliminó de su punto focal.
—Y otra cosa –añadió doña Esmeralda— si tienen algún problema, lo que sea, no olviden de llamar. Sé que eres muy confiable, la más madura de mis hijas, pero a veces suceden cosas y uno cree poder solucionarlas. No dudes en ponerte en contacto. Lleven los teléfonos…
—¡Mami!
—Sí, ya sé. Ya sé que se quieren desconectar de todo esto de la ciudad, pero no hay que perder el contacto.
—No te preocupes. No lo haremos y siempre cargaremos con el celular. Si hay electricidad no será difícil dejarlo cargando y todo eso.
—¿Crees que puedas llamarme en cuanto lleguen?
Anamaría se imaginó que aquello de separarse de la civilización iba a ser imposible, pero su madre tenía razón: no se puede aislar uno del mundo cuando ya es parte de ese mundo.
—Sí, mami. No te preocupes. Te llamaré en cuanto lleguemos. Si hay algún problema. Y todas las noches, para reportarme. Sólo son tres días. El viernes por la tarde estamos de regreso. Además, es cerca. Cinco kilómetros es como ir hasta la mitad del anillo periférico y regresar.
Asintió, pero en su rostro de madre se escondía ese temor que siempre está en el fondo de todas ellas.
Anamaría se acostó a las diez de la noche y se durmió casi de inmediato.

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