miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 6





El relámpago se apagó después de un segundo, revelándole aquella visión dantesca, pero el rayo que vino a continuación cayó tan cerca que los oídos y los ojos estuvieron estremeciéndose durante varios segundos después de pasado.
Un relámpago es una carga eléctrica que desciende de las nubes debido a la acumulación de estática, o algo parecido, pensó Anamaría después. Pero en el momento de ver aquel fenómeno se le pararon todos los pelitos de la piel y hasta los de la nariz. Era algo tan hermoso, pero tan letal. Olía a ozono y como a cables chamuscados.
—¡Dios mío! –gritó Mercedes mirando hacia el rayo, y su gritó pareció más fuerte que aquella carga eléctrica.
Pero, como había sucedido con el relámpago y la visión del ser aquel, le pareció ver dos figuras corriendo hacia ellas. Eran dos niños, una niña y un niño que corrían justo en el lugar donde había caído el relámpago. Y como aquella visión del ser en el portón, esta también se desvaneció.
“Parece una culebra” algo así había dicho Víctor el niño aquel que doña Petrona les había asignado para llevarlas a la finca de los Moncada. El ente.
Los niños parecían venir corriendo hacia la casa, y estaban descalzos. El rayo había caído justo en medio entre ellas y los niños. Estaba segura. Y le pareció, ver de nuevo, allá atrás, al ser como culebra colándose entre los barrotes y avanzado hacia los niños. Los niños parecían huir de eso.
Miedo, misteriosamente no sentía miedo alguno. Era como estar ante algo que había ocurrido hacía mucho tiempo. Lo que la tenía desconcertada era el cambio brusco de los acontecimientos. Eso sólo sucedía en… un sueño. ¿Estaba soñando?
Charles, su exnovio, le había dicho que algunas personas se despertaban en medio de los sueños porque se daban cuenta que estaba soñando. Parece ser que cuando la conciencia está sumida en el inconsciente, el sueño, cree estar viviendo lo que ve. Y cuando se le contrasta con la realidad, no puede resistirlo y brinca hacia la realidad. Él le había enseñado un truco.
“Cuando estés soñando y pienses que estás soñando hálate un dedo. El pulgar, es el mejor. Tómalo con el índice y el medio y hálalo. Si se estira como si fuera de goma estarás dormida, pero si no, no lo hará. Es como aquello de pellízcame que estoy soñando”
Y lo hizo. Tomó el dedo pulgar de su mano derecha con el dedo índice y el medio de la izquierda y vio cómo se estiraba como si fuera de chicle.
“Estoy soñando” se dijo en el sueño y de inmediato todas aquellas imágenes se borraron. Fue como echar un manto de luz sobre todo aquello y de inmediato, al abrir los ojos, vio el rostro preocupado de Mercedes sobre ella.
—¿Estás bien? –preguntó su amiga.
—¿Qué pasó? –logró preguntar.
Notó que estaba acostada sobre el suelo de tierra. Sentía la frescura y la dureza del sitio sobre toda su espalda su amiga había colocado su pierna estirada y sobre ésta descansaba su cabeza.
—Te desmayaste al caerte –le dijo Mercedes.
—¿Cuánto tiempo llevo desmayada?
—Apenas un par de minutos. Estabas moviendo los ojos como si estuvieras dormida y decías palabras. Me diste un susto de muerte. Creí que era epilepsia o algo así.
—¿Me golpee contra algo al caer?
—No. Te enredaste en esa raíz –le señaló algo en el suelo que ella no vio pues no le interesaba— y luego te desmayaste. Caíste de lado, pensé que te habías golpeado la cabeza, pero no. Enseña.
Le palpó las mejillas. Su amiga tenía las manos húmedas.
—¿Sólo fueron dos minutos? –preguntó asombrada—.
El sueño, o aquello que había visto, le había parecido tan extenso. Tan prolongado.
Se incorporó despacio con la ayuda de su amiga que parecía un poco preocupada.
—¿Estás segura que puedes caminar? –le preguntó.
—Sí, despacio, pero puedo.
Así, como en alguna parte del sueño, Mercedes trató de meterle su brazo por debajo del suyo para ayudarla. Le dijo tajante:
—Estoy bien, Mercedes. Puedo caminar. No te preocupes.
—Ok. Ok –dijo a regañadientes su amiga abriendo ambas manos frente a ella y como queriendo alejarla—. Pero por aquí voy. Por si acaso.
Volvieron a caminar y poco a poco el paso se les volvió normal.
La tarde parecía haber avanzado un poco desde que entrara en el breve sueño.
Llegaron al lugar donde la tierra roja se volvía blanca y los árboles de álamos se volvían pinos, robles y encinos. No dijeron nada. No había nada que decir.
¿Cuánto tiempo habían permanecido fuera de la casa? trató de mandar a volar dicha pregunta porque en el sueño también se la había hecho y las respuestas no eran agradables. En el sueño se había respondido que quizás media hora o cuarenta minutos.
El bosque, en aquella parte, parecía muy vivo con sus ruidos de aves y el viento entre las hojas. El olor también estaba allí y era reconfortante. Sin duda.
Cuando salieron del bosquecillo y Anamaría pudo ver que sus amigas aún estaban en la piscina, sentadas en la orilla y platicando, supo que nada de lo soñado era verdad. Suspiró, vio hacia el cielo y le dio gracias a Dios.

***

Resultó que sólo se habían ausentado media hora de la casa.
Durante la cena que consistió en una simple ensalada de pepinos con zanahorias, hay que cuidar la línea dijo Katherine, platicaron de los planes para el día siguiente. La idea era levantarse a las seis de la mañana, asearse, desayunar y estar listas a las ocho de la mañana para cuando llegara el hombre aquel con los caballos salir a pasear como vaqueras.
—Por cierto –dijo Carla poniéndolas atentas —¿Cómo se llama el guapetón del pick up?
—Mmm. A nadie se le ocurrió preguntarle el nombre. Si somos bien inteligentes –dijo Katherine.
—A mí se me fue la onda por estarle mirando los músculos del brazo –dijo Mercedes.
—Y a mí por estarle viendo la barbilla –dijo Carla sonriendo.
—Se ve que está de rechupete –dijo Katherine llevándose dos dedos a la boca y chupándoselos.
El sonido que hizo al sacárselos le recordó de inmediato, a Anamaría, el retumbar del relámpago al caer en su sueño. Las impresiones, por lo visto, eran tan nítidas que al volver a la casa. Cuando comprobó que todo estaba en su lugar se dio una vuelta por el lugar, donde supuestamente había caído la carga eléctrica.
Allí, en medio de la calle que llevaba hasta la fachada de La Casona, había una especie de tapadera del mismo material del cual estaba hecho ésta. De piedra blanca. Dicha tapadera era de forma circular y tendría un metro y medio de ancha. En medio había una especie de agarradero hecho de hierro que se perdía en la roca por medio de dos agujeritos pequeños.
Se había agachado para tratar de sacar aquel agarradero, pero no había podido. Por lo vista estaba casi soldado a la piedra. Pero ¿Qué había abajo? Quizás debería de preguntar a su madre cuando la llamara más tarde.
Pero había algo misterioso en todo aquello ¿Por qué había soñado de manera tan vívida todo aquello? Si no hubiera sido por el sueño no hubiera descubierto dicho objeto justo allí en medio de la calzada. ¿Qué era? En todo aquello parecía haber obrado algo incomprensible. Miró, desde allí, hacia el portón. Aquella cosa (el ente como le había llamado alguien hacía poco), se había posado sobre él.
Ahora mientras sus amigas hacían comentarios sobre el hombre del pickup, recordaba haberse dicho que aquello debería de ser una especie de señal. Pero, de qué. Eso era lo que en algún momento tendría que interpretar. Porque según su madre, los sueños son señales que manda Dios. La interpretación de dichas señales requería de paciencia y sabiduría. Algo que sólo a José se le había concedido en la Biblia.
—¿Y tú que piensas de él? –le preguntaba Mercedes.
No sabía que responder, pero al mismo tiempo sí, porque se había desconectado casi por completo de la plática de sus amigas.
—¿De qué? –preguntó al fin.
—¿Del chavo de los caballos?
Volvió a agarrar el hilo de la conversación y trató de sonreír. El simple hecho del recuerdo la ruborizaba. Allí también había una señal a interpretar.
—¿Te parece guapo? –insistió Mercedes.
—Sí –dijo sin añadir nada más.
Katherine y Carla, como sucedía siempre, ya estaban hablando de otro tema y ellas se habían quedado en el mismo. Además, estaban en la sala, sentadas en el mueble grande, muy juntas, mientras que las demás, parecían gritarse de sillón a sillón y con la mesita de centro de intermediaria.
—¿Te sientes bien? –le preguntó Mercedes.
—Sí ¿Por qué lo preguntas?
—Por lo del bosque.
Se miraron como cómplices de un secreto. No les habían contado nada de lo sucedido a sus amigas, porque no lo consideraban de importancia. Por lo menos la parte externa no. Porque el significado, profético o no, si le interesaba a Anamaría.
—Estuve dos minutos, dices tú, inconsciente, pero para mí fue como un día completo.
—Dos minutos, más o menos –dijo Mercedes mirando hacia el suelo fijamente.
—¿Recuerdas las palabras que dije?
—Parecías aquella chica del exorcista.
—¿Linda Blair?
—Sí. Bueno, pero en la película le dicen Reagan, o algo así. No se te entendía casi nada… sólo logré comprender una o dos palabras.
—¿Qué palabras?
—Creo que era –miró hacia el techo como recordando— niños y perro. Algo así.
Anamaría sintió de nuevo el shock del reconocimiento. Entonces había soñado todo aquello en dos minutos ¿Pero para qué? ¿Niños? ¿Perro? ¿Qué relación podrían tener aquellos dos elementos con el futuro? Porque los sueños siempre están proyectados hacia el futuro. Sin duda.
Niños y perro. Pero en el fondo ella sabía que lo de perro no era más que una palabra equivalente. Aquella cosa, con cuerpo de serpiente, no era un perro. Pero las había pronunciado en voz alta, así que eran elementos importantes.
—¿Estás segura que fueron dos minutos los que estuvo desmayada?
—Más o menos. Tampoco es que los conté. Pero no fue mucho. Ya estaba preocupada sobretodo porque parecías metida en una especie de pesadilla. Podía ver como se te movían los ojos debajo de los párpados. Eso me preocupó y casi me echo a llorar.
—Lo siento. Creo que fue un desmayo por la forma en que caí. O a saber.
—Deberías de preguntarle a un médico.
—Sí, eso haré. Es algo raro.
—Sí. Lo es. Y mucho.
***

La noche llegó y la casa se llenó de luz. En todas las ventanas de los dormitorios las muchachas tenían las lámparas encendidas y además se encendió la luz del patio frontal. Muchos mosquitos empezaron a danzar como locos alrededor de la luz incandescente de las lámparas de afuera.
A las siete de la noche, Anamaría se comunicó con su madre por medio del enorme teléfono celular que con el tiempo sería más pequeño y más accesible a una gran parte de la población. Sólo había dos rayitas de recepción, pero aun así la voz de su madre le llegaba con mucha claridad.
—A las ocho de la mañana –le contó lo del paseo a caballo y cómo habían logrado conseguirlos.
—Pues diviértanse –le dijo su madre del otro lado—, y recuerden que sólo se es joven una vez. Confío en ti y en tus amigas.
—Gracias ma. Saludos a todos.
Había salido al patio y mientras hablaba caminaba con pasos cortos de una esquina a la otra de la fachada de la casa. De vez en cuando levantaba la mirada para ver la nube de mosquitos que parecía crecer de momento en momento. Seguramente, más tarde, habría un millón de ellos atraídos por la luz. Se detuve un instante y recordó algo que quería preguntar a su madre.
—¿Má sabes que es lo que hay entrando por el portón y en la calzada que lleva a la casa? me pareció ver una especie de tapadera hecha del mismo material de la calzada. Es redonda y parece tener un agarradero.
—Ah, sí. Ese es un pozo de emergencia. Es, como dicen las gentes del campo, un pozo malacate. No te preocupes está sellado y la tapa es bastante gruesa.
—¿Un pozo malacate?
—Sí. Lo iban a aterrar porque cómo pudiste ver en la casa hay agua potable, pero tu padre dice que nunca se sabe. Así que por eso lo dejó allí. De hecho, de la casa, cuando pasó a manos de él, lo único que ha hecho es construir la entrada. El pozo estaba, antes, rodeado con unas simples piedras y tapado por unas tablas.
—¿Y es hondo?
—Dice tu padre que tiene treinta metros. Eso quiere decir que sí. Es hondo. Pero no te preocupes. Está sellado. ¿Por qué lo preguntas?
—Simple curiosidad. Vi la forma de la tapadera y me dije que te iba a preguntar. Sólo por curiosidad.
—Mmm. Recuerda que la curiosidad mató al gato.
—Sí, pero la satisfacción lo resucitó.
Una sonrisa del otro lado del teléfono. Anamaría se sentía bien por la decisión de haberse tomado aquellos días en soledad, pero el sueño aquel había venido a llenarla de algunas dudas. Dudas con respecto a la realidad de las cosas.
Pero lo que sabía Anamaría de manera consciente lo ignoraba por completo su subconsciente. Aún faltaban algunas horas para lo peor.

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